Más sobre el conflicto magisterial oaxaqueño

Una vez más, el país entero volteó la mirada a este rincón del sureste gracias a las ocurrencias de sus gobernantes. Hace dos años fue la etílica ocurrencia de José Murat de montar un auto-atentado; ahora Ulises Ruiz y su torpe operativo policial.
Dos días después del sangriento desalojo fallido del centro histórico, los maestros oaxaqueños convocaron a una marcha en repudio al gobernador. Cientos de miles marcharon por las calles resistiendo una pertinaz lluvia que por una hora se convirtió en una tormenta despiadada. La consigna era una: la renuncia de Ulises Ruiz. Miles de ciudadanos no afiliados a organizaciones de ningún tipo acompañaron esta marcha que en número rebasó, por mucho, a los maestros. En buena medida fue una respuesta a los actos policiales del miércoles anterior que sólo algunos aplaudieron —incluso quienes rechazan la forma y el fondo de la protesta magisterial repudiaron la cobarde y torpe decisión de desalojar con lujo de violencia una manifestación pacífica (en ese momento dormían) donde había hombres, mujeres, ancianos y niños—.
Ocultando la mano luego de haber lanzado la piedra, la caricatura de gobernador que es Ulises Ruiz convocó a una marcha “por la paz y el diálogo”. El caradurismo del priísmo es infinito. La filopriísta confederación nacional campesina, la CNC, había anunciado una marcha para recuperar el centro histórico (una abierta declaración de guerra). Para la marcha por la paz el gobierno estuvo reclutando porros en los municipios priístas ofreciendo hasta 700 pesos por acudir a la marcha y provocar dos o tres conflictos. Al mismo tiempo, convocaba a familias enteras a acudir a la marcha por la paz. El objetivo era muy claro, culpar a los maestros de la violencia contra toda la sociedad. Para alimentar la presencia, se obligó a todos los trabajadores del gobierno estatal y de gobiernos municipales afines a asistir, de lo contrario, las amenazas iban desde el descuento del día hasta el despido. También se acarrearon simpatizantes de todos los rincones del estado.
La estrategia del magisterio fue muy sensata: bloquear los accesos al plantón y proteger a la gente de las posibles agresiones. Se parapetaron detrás de barricadas, colocaron autobuses en las bocacalles y advertían a la ciudadanía que por su bien era mejor que se alejaran. En los accesos bloqueados estaban los más combativos, con los rostros cubiertos, armados con palos, algunos toletes policiales incautados la semana anterior, piedras, pero también con altavoces. Se repetía la advertencia de no caer en provocaciones, de evitar en lo posible la confrontación.
La marcha se llevó a cabo sin pena ni gloria, restando a la burocracia obligada y al pueblo acarreado a cambio de un refresco gúgar y una torta, un número de ciudadanos libres —de ideas, pero llenos de prejuicios— caminaban por las calles reclamando su derecho a pasear por el zócalo. Llevaban camisetas, globos y banderitas mandadas hacer especialmente para la ocasión. Desde el aire, un helicóptero con la matrícula oculta seguía la marcha, también sobrevolaba en círculos el plantón. Según reportes, el propio gobernador desde las alturas supervisaba los acontecimientos.
Cerca del zócalo, algunos ciudadanos paseaban con mantas de apoyo al magisterio y en rechazo al gobierno. Periodistas, fotógrafos, vidoaficionados y curiosos estábamos a la espera. La televisión local se acercó a recoger el testimonio de los maestros. Las conversaciones vía celular no reportaban sucesos dignos de notas amarillas o rojas.
Una vez terminada la marcha, los participantes caminaban dispersos por las calles. Al pasar frente a los límites del plantón les era recriminado haber vendido su conciencia por 500 pesos y una torta. Muchos respondían, otros aceptaban tácitamente con un gesto apenado.
En las ventanas y las azoteas los rostros, preocupados al inicio, se retiraban entre la decepción de un morbo insatisfecho y el alivio de ver que todo al final fue pacífico.
















