22.5.06

Santo Súbito

El 20 de noviembre del año pasado el Estadio Jalisco acogió a una multitud que colmó su capacidad. No se trataba, como es costumbre en un inmueble de estas características, de una sana cascarita. El motivo era la beatificación de 13 individuos a los que se ha llamado "mártires cristeros". El Papa Benedicto no-sé-cuántos apareció vía satélite, en vivo y a todo color, diciendo que los entonces beatificados eran "un ejemplo permanente para nosotros".

Resulta revelador que trece asesinos se conviertan en ejemplo para todos nosotros (quiero pensar que el ensotanado se refería con ese "nosotros" a la grey católica y no embarraba al resto). No matarás, dicen que dice la Biblia, pero eso no importa. Si la causa por la que los cristeros decidieron tomar las armas es justa, válida o legítima es inane; la Biblia no distingue entre homicidio imprudencial, calificado, etc. Mucho menos habla de atenuantes ideológicos. Sin embargo, de la beatitud a la santidad sólo hay un paso y así los católicos seguramente tendrán, en un día no muy lejano, santos asesinos (tal vez sea una estrategia para competir con la cada vez más popular Santa Muerte a la que los delincuentes rezan con igual fervor que a la Guadalupana).

Hoy, no hace falta referir los hechos periodísticos, la misma iglesia que preside quien ve en un grupo de asesinos a modelos para la sociedad, decidió cancelar la posibilidad de beatificar (y posteriormente canonizar) a un violador al que, no obstante, muchos miembros de la misma iglesia elogian y defienden. La contundencia de las evidencias obligó, sin embargo, a retirarlo de las actividades propias del sacerdocio. Si bien esta pena está muy lejos de hacer justicia, está aún más lejos de ser una absolución y en los hechos cancela el ingreso del legionario fundador al santoral.

Esto constituye, por otro lado, la prueba necesaria para la súbita canonización del Papa anterior. La causa para hacer de Karol Wojtyla, a.k.a. Juan Pablo II, un santo, requería de la realización de un milagro. La protección que durante años otorgara el antecesor del Papa Ratzinger al violador Maciel, y que evitó, igualmente por muchos años, que éste último pisara la cárcel o probara el escarnio es, francamente, una obra milagrosa.

Así, tal vez el mismo día que se convierta en santo al primero de los cristeros asesinos, también se convierta en santo al protector de los violadores (así el góber precioso ya tendrá a quién rezarle cuando la justicia lo llame a cuentas).